A lo largo de su historia como República, en
Colombia ha habido muchos factores que han impedido un desarrollo beneficioso
para la gran mayoría de sus habitantes. Voy a destacar 3: el primero, la guerra
fratricida que por más de 60 años ha enfrentado a bandos irreconciliables, los
cuales han tenido como imperativo la extinción o el sometimiento del otro; el segundo,
la perpetuación de castas o familias en la dirección del Estado, que se han
preocupado principalmente por gobernar para su propio interés; y el tercero, el
abandono de grandes grupos poblacionales por parte del Estado, que no cuentan
con los mínimos elementos vitales para tener una vida digna, lo cual ha
posicionado a nuestro país como uno de los más inequitativos en el mundo en
cuanto a la distribución de riqueza.
La situación actual de descrédito de la
institucionalidad y de corrupción a todos los niveles nos dibuja un panorama
sombrío sobre el futuro de la patria. Sin embargo, se aproxima una nueva
contienda para elegir al próximo presidente de la República, y no podemos
perder la esperanza de un mejor porvenir para las nuevas generaciones de
compatriotas. ¿Cuál es la Colombia que sueño para todos nosotros? Para empezar,
una en donde haya cabida para todos, sin distinción de ningún tipo: color de
piel, situación socioeconómica, orientación sexual, postura política,
filosófica o religiosa; además, que busque permanentemente la paz con los
bandos enfrentados a través del diálogo civilizado.
También sueño con un país que les dé
prioridad a los más pobres, a las minorías étnicas, a los trabajadores de menor
salario, a los ancianos y personas vulnerables. Adicional a ello, anhelo un
lugar donde se cuide el entorno, donde identifiquemos a la tierra como nuestra
madre común y ancestral y protejamos los recursos naturales que ella nos
regala. Por último, fantaseo con una patria donde haya un respeto absoluto por
los derechos de cada uno de los colombianos, y que para ello endurezca las
acciones judiciales contra los infractores y eduque a toda su población para
que nos reconozcamos como iguales, de esa manera podremos saldar la deuda
antiquísima que tenemos, por ejemplo, con las mujeres y los niños que a diario
son violentados por la cultura de la intolerancia en que vivimos.
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