El momento que está
atravesando el proceso de paz en Colombia es bastante difícil, lo cual ha
desencadenado una gran incertidumbre en la población. Desde mi perspectiva
analítica, son muchos los factores que han contribuido: primero, lo poco
convincentes que han sido tanto Gobierno como guerrilla para generar
credibilidad en la población; segundo, los feroces y poderosos contradictores
que han logrado dividir al país entre “guerreristas y pacifistas”; y, en tercer
lugar, la desconfianza que ha generado el Gobierno por su incumplimiento en los
acuerdos y en las actividades aún no esclarecidas que realizan los máximos
líderes de los excombatientes.
No tengo la menor duda en afirmar
que haber tenido la posibilidad de volver a sentar a dialogar a 2 sectores que
llevaban más de 50 años enfrentándose con las armas fue un salto cualitativo
gigantesco que dio Colombia durante el gobierno actual; y haber firmado un
acuerdo de paz y brindado las bases del postconflicto, con veeduría
internacional, son elementos que nos ponen a soñar con un mejor país para
vivir. Sin embargo, es innegable que el proceso de paz se “hace agua” en la
actualidad. Un síntoma claro de ello es lo que sucede en la campaña que se
lleva a cabo para elegir a nuestro próximo presidente: los aspirantes se han
divido en dos bandos irreconciliables: los que defienden el proceso aún con sus
fallas e incumplimientos y los que prometen “hacerlo trizas”.
Por eso, en una de las
reflexiones que habitualmente comparto en redes sociales expresé lo siguiente:
“No creas
en quienes prometen alcanzar la paz extinguiendo al enemigo, porque esas
personas tienen mucho odio en su corazón. Quien agrede, somete y crea
resentimiento. Quien dialoga, establece consensos y crea redes de respeto a su
alrededor”. Eso quiere decir que defiendo de manera ferviente un principio que,
a mi modo de ver, debe regir el destino de cualquier país que pretenda alcanzar
el desarrollo y el bienestar de todos sus habitantes: la paz, el bien supremo
que debe primar en las relaciones entre los seres humanos; y la única manera de
lograrla no es imponiéndola por medio de la fuerza física, sino mediante un
diálogo civilizado, donde se reconozca la diferencia, a través de la cual se
puedan establecer los acuerdos o consensos. Solo esa es la paz verdadera.
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