El 7 de agosto de 1956,por alguna razón que nunca
se investigó ciertamente, explotaron varios camiones cargados de dinamita
que llevaban desde Buenaventura la carga para Bogotá y habían
pernoctado en Cali, frente la estación del ferrocarril de la calle 25. Fueron
miles los muertos, tampoco se supieron cuántos exactamente,y centenares las
casas y establecimientos destruídos totalmente por la onda explosiva. Los
sobrevivientes,sin techo y sin comida, fueron mantenidos mas por la generosidad
cristiana de aquellas épocas que por verdaderos organismos de socorro. Pero
resultó ser tan impactante a los ojos del mundo la tragedia que el gobierno
venezolano,presidido entonces por el general Marcos Pérez Jiménez, en un acto
de solidaridad con su congénere Rojas Pinilla,dispuso en Cali la construcción
de un edificio de 12 pisos al finalizar la avenida Sexta,en frente de
Chipichape. Los caleños le bautizaron como “ El edificio venezolano” y así
quedó por años aunque muchos de los que allí viven todavía preguntan por su
nombre.
Ese gesto de Venezuela lo olvidaron las nuevas
generaciones que administran a Cali y por estos días, cuando llegan los
interminables desfiles de refugiados venezolanos huyendo de la dictadura de
Maduro y tuvieron que acomodarse en el parque frente a la Terminal de
Trasportes, donde les facilitaron unas carpitas, prefirieron desperdigarlos por
toda la ciudad en pretendidos y temporales refugios o montarlos en buses que
los llevaron a la frontera de Rumichaca.
Decirle a Cali que es una ciudad ingrata, es llover
sobre mojado, esa ha sido su gran característica.Pero decirle al señor Armitage
y a su combo que den un ejemplo de gratitud similar a la del Edificio
Venezolano,ni es demasiado ni lo pueden tomar como una pócima de cianuro
periodistico.
@eljodario
gardeazabal@eljodario.co
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