He terminado por
fin de leer,subrayar y hacer anotaciones al comentado libro de memorias de
Enrique Santos Calderón. Aunque es un libro que digerimos quienes fuimos sus
contemporáneos, escrito con la prosa fluída que acumuló y pulió con el oficio
,me temo que las generaciones actuales que dominan ahora al país, como le
tienen miedo a la historia ( acaso para poderla repetir sin verguenza)
y no confían en la palabra escrita,ni aprenderán de su lectura ni
convertirán este libro en herramienta de su futuro. En modo contrario,
quienes estamos terminando el periplo vital ,y todavía creemos más en las
ideas convincentes que en la violencia camuflada que ejerce las redes
cibernéticas, y pretendemos comunicarlas, nos deleitamos y todavía aprendemos
y gozamos con la revisión histórica de la patria en la pluma de un
testigo y actor que de muchas maneras ayudó a construirla.
Eso no quiere
decir que el libro posea una nueva forma de escribir las memorias. Tiene
todos los defectos que engendra la vanidad de contar lo vivido. Pero también
tiene todas las virtudes de quien habla casi como arrepentido, bañado en la
madurez de las equivocaciones o vanagloriándose egoístamente del
acierto en muchas otras. Pero como Enrique Santos nunca fue ni funcionario
público,ni presidente,ni vicepresidente como muchos de los suyos, aunque
estuvo dentro del más profundo núcleo del poder que concibió el doctor
Eduardo Santos, sus recuerdos maquillados y sus versiones autoprotectoras
terminan llenando paradójicamente de satisfacción al lector que siempre
pretendió encontrar la explicación de tantas cosas que vivimos pero nunca
entendimos o de tantas otras que sospechamos, porque así hubiesen sido
contadas por “El Tiempo” de los Santos, jamás podrían haber sido
verdades.
@eljodario
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