La madre abadesa logró por fin su cometido. Con su terquedad en
usar la justicia como un instrumento político. Con su afán de favorecer a
quienes habían manejado el convento provincial en que convirtieron
promiscuamente a la ciudad de su antiguo comandante en jefe,precipitó con su
cordón de San Francisco la renuncia del curioso y a veces hasta antipático
alcalde. Lo acosó tanto suspendiéndolo sin formula de juicio y tan solo por sus
discordantes procederes .Lo sancionó una y otra vez sin llenar los requisitos
exigidos y lo humilló tan repetidas veces sin poderlo hacer aparecer ni
siquiera como el responsable de las imprudencias de su hijo pizpireto ,que
finalmente el alcalde prefirió renunciar antes de notificarse de la nueva
suspensión. Es decir ,lo sacaron.
En esta oportunidad la madre abadesa consideró, en su sapiencia
medioeval, que el burgomaestre había pecado participando en política porque
había promocionado en redes un video donde le pedía a sus gobernados que no
votaran por la misma caterva de ladronzuelos que él había derrotado en su
momento, y que como tal ,debía cesar en sus funciones mientras se le
investigaba tamaño delito. Probablemente era una intervención en el
debate que se avecina si se considera ese acto dentro de la
hipócrita manera de juzgar a la verdad como mentira o viceversa, aunque
no dijo ningún nombre de los integrantes de la tal caterva.
Con su renuncia, la satisfacción debe rellenar de vanidad el
hábito de la priora, pero como a partir del momento en que se le acepte
su renuncia el alcalde queda libre de salir a la calle a decirles en público a
los amigos de la abadesa por qué no deben gobernar otra vez a su ciudad, lo que
se ha abierto es la puerta de los sustos, no las del infierno que cree evitarle
a la patria la madre superiora con su forma de entender la justicia.
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