En Colombia siempre ha pasado de todo
y al final no pasa nada.O no tenemos medida del acontecer histórico o no
tenemos paciencia o,lo que es peor, dejamos que al país lo manejen gobernantes
inútiles que no tienen capacidad de traducir lo que su pueblo les pide o
políticos que apenas saben camuflar sus verdaderos intereses económicos
personalistas.
Por eso tal vez resulte tan extraño
el múltiple sentimiento que ha despertado el convocado paro del 21. Hay quienes
están esperando el día para poder desahogarse y otros que ya se están armando
de palos y chalecos para defenderse de los capuchos.Probablemente porque por
primera vez el país se siente sin presidente pues al que hay ni le cree ni lo
sigue ni guarda esperanzas en su accionar. O quizás porque en la vecindad las
masas se han rebotado .O de pronto, quien quita,porque el país por fin se ha
dado cuenta que es injusto y que no le exige a los nuevos guerrillos que no
recluten niños pero le prohíbe a los soldados que disparen contra esas
nuevas bandas. O porque ya nos dimos cuenta que mientras los cebolleros de
Ocaña tienen que botar su producción porque no tienen subsidio alguno,los
cultivadores de caña del Valle reciben el sobreprecio para el etanol y
así salvan que se pierda la mitad de la cosecha.
Por cualquiera de las tantas causas
que existen, el país se ha dado cuenta que está construido sobre la injusticia,
y está descubriendo por las redes, que ha sido parapeteado en la mentira.
Protestar parando o marchando el 21.Alentar capuchos neoleninistas o contratados
por la derecha uniformada para que permitan el espectáculo de la destrucción.O
gemir por las redes advirtiéndole a los que no pueden aceptar que la horda
acabe con su comodidad y que ellos saldrán a defender lo suyo, es abrirle las
fauces a una guerra de nadie contra nadie porque el único que debía oir no lo
va a entender y no hay nadie que se atreva a servirle de traductor para que se
entere de lo que Colombia pide a gritos.
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