Recientemente,
en un medio de comunicación de amplia influencia en la población colombiana
tuve la oportunidad de ver un espectáculo grotesco, protagonizado por dos
figuras de reconocimiento nacional. Como dice el argot popular, en una esquina
se encontraba una persona que goza de popularidad y tiene miles de seguidores;
y en la otra, alguien que de igual
manera tiene muchos fans y en este momento ocupa un cargo público: de consejero
presidencial para las comunicaciones. Los que me leen, saben que me refiero a
Vicky Dávila y a Hassan Nassar. La dama en cuestión se sintió ofendida porque
su interlocutor le dijo que tenía doble moral al juzgar un acto en el cual el
presidente de la República había utilizado el avión que tiene asignado para
trasladar a particulares a un centro recreacional ubicado en el departamento
del Quindío; y le recordó el que había realizado ella y su esposo en el pasado.
Vicky se ‘desenjalmó’
–utilizo esta palabra con su pleno significado– e insultó a Hassan, con algunos
calificativos como inepto, patán, lamberico, peludo, cosa, fracasado, lagarto,
cobarde, badulaque, sin huevas…, no sigo porque el espacio no es suficiente para
enumerarlos en su totalidad. Tales expresiones fueron lanzadas al aire, ante el
estupor de quienes seguían ese espectáculo tan grotesco. Me niego a reconocerles
el título de periodistas a estos dos seres humanos, porque me imagino que
quienes ejercen esta noble profesión de informar y educar a la comunidad deben
recibir en su formación un código deontológico que regula su comportamiento,
así como debe existir un colegio de profesionales que regule y vigile que el
ejercicio profesional se rija por normas tan elementales como el respeto por quienes
reciben la información.
Y ese es
el elemento clave que salta a la vista en este hecho tan lamentable: el respeto
que se debe tener por el ser humano y, más allá, por las personas que ejercen el
periodismo. Este par de personas que hablan por medios de comunicación y que
tienen una gran audiencia refleja lo que está sucediendo en nuestra sociedad:
la polarización, la descalificación, la no aceptación del otro. Ellos deberían
constituirse en figuras de identificación, como llamamos en psicología a las
personas que cumplen en la sociedad una función de orientación y guía, y por
esta razón deberían tener un comportamiento probo y ajustado a los más
elementales códigos del respeto. ¿Qué se puede esperar del resto de las personas
ante este comportamiento por parte de sus líderes de opinión? Eso somos como
sociedad. ¡Horror!
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