En periodos de estabilidad y de relativa paz, las comunidades humanas florecen y alcanzan un gran desarrollo social y económico en las artes, la filosofía y, en general, en la inventiva. Por el contrario, la guerra trae consigo destrucción, desolación y la perpetuación de los odios entre los bandos que se hayan enfrentado. Cuando el ejercicio de la violencia física o verbal ocurre, no a gran escala sino por parte de algunos actores que desean imponerse sobre los otros, sucede exactamente lo mismo que en la guerra: hay un estancamiento en todas las actividades que conducen al progreso social.
En Colombia, esto último es exactamente lo que ha sucedido. La historia nos dice que hace 212 años se produjo el grito
de independencia del imperio español, pero allí, en ese momento, se sembró la
semilla del odio, del rencor, de las luchas por lograr el poder y perpetuarse
en él. Lo sucedido posteriormente hace parte de lo que ha caracterizado la
forma de relacionarnos como colombianos.
Veamos.
Dos años después de la
creación de la Gran Colombia (conformada por
Colombia, Venezuela y Ecuador), en el Congreso de Angostura de 1919, se nombró
a Bolívar como presidente y a Santander como vicepresidente. Las diferencias
entre ellos por la forma de concebir al país (el uno, centralista; y el otro,
federalista) terminaron en 1830 en la disolución de la Gran Colombia y en actos de traición y de luchas por quedarse con el poder. Esa batalla es la que se ha perpetuado en el país: unos
pocos que conforman la élite, de frente por mantenerse en el poder,
mientras les dan la espalda a masas de población cada
vez más empobrecidas y desesperanzadas. De nada ha servido que Colombia sea
considerada como un país con una gran riqueza marina, agrícola y con una
ubicación geoestratégica privilegiada, si esto ha llevado al enriquecimiento
del 1 % de sus habitantes y a la pobreza de más del 40 % de la población.
El mayor reto que tiene el país es
derrotar el odio, y la vía expedita para lograrlo es la reconciliación; entender que el desarrollo del país solo es
posible si luchamos unidos por disminuir las profundas desigualdades que hemos
arrastrado durante tantos años. No podemos
perder la esperanza: ¡estamos a tiempo de corregir los errores del pasado!
¿Este planteamiento acaso es una quimera? ¡Por supuesto que no! Muchos países
en el mundo lo han logrado, y se habla, por ejemplo, del milagro económico que
han alcanzado en las dos últimas décadas quince economías en el continente
asiático, que lo proyectan en el futuro inmediato con gran fuerza e influencia
en el mundo actual. Paz equivale a desarrollo
y a superación de las brechas económicas de la población; odio es atraso y
profundización de las desigualdades. www.urielescobar.com.co
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