Las crisis son inevitables y necesarias para lograr un mayor
conocimiento y desarrollo en la vida del individuo y también de las
organizaciones humanas. Históricamente, mejorar las condiciones de vida de un determinado grupo que
ha sido discriminado, sometido a explotación socioeconómica o a la vulneración
de sus derechos fundamentales ha requerido, la gran mayoría de las veces, de
movimientos o enfrentamientos que finalmente terminan con el reconocimiento,
por parte de quienes ejercen el poder, de concesiones sobre las cuales se
construye un nuevo orden social. Se podría afirmar que los conflictos generados
por grupos que tienen maneras distintas de ver
la realidad han sido el caldo de cultivo para el
mejoramiento de las condiciones de vida y la aceptación de un principio que es
fundamental en la persona humana: su diferencia. El disentir y construir formas
reflexivas y comportamientos distintos como resultado de la experiencia
personal es un derecho fundamental que se deriva de esta característica de los
humanos.
Para que se inicie el florecimiento
y la consolidación de los logros adquiridos, se necesita un período de tranquilidad y de
armonía social, sin lo cual no es posible que se conviertan en la nueva
realidad en la relación de los grupos que han estado en conflicto. Un adagio
que se puede aplicar a este análisis es el que reza “después de la tormenta, viene la calma”. Hace algunos días
con un grupo de amigos examinábamos la
situación de Colombia a lo largo de su vida
republicana y lo predominante ha sido la
historia de enfrentamientos fratricidas, primero, para liberarse del dominio
español, y cuando se logró este objetivo, para
que unas pocas personas detentaran el poder y
ejercieran dominio sobre la gran mayoría de la
población. ¡Y este no es solo el caso de
Colombia! A
nivel global, aquellos países donde hay enfrentamientos y guerras sin períodos
de paz se caracterizan por un gran
atraso socioeconómico y de las libertades individuales, como ocurre en algunas
naciones africanas y de América.
Uno de los contertulios de la reunión ya comentada hizo un apunte
para referirse al camino
que debería andar nuestro país: “Se hace
necesario de manera urgente que los colombianos aplacemos la enemistad”. Sí. No
hay duda, a mi modo de analizar la realidad
nacional, que el único camino que nos queda
para iniciar el proceso de desarrollo económico y de superación de las
desigualdades sociales es establecer procesos de diálogo en la diferencia, pero
que tengan como propósito mayor el bienestar del colectivo, de las mayorías que
constituyen nuestro país. Esta actitud requiere coraje para despojarnos de
privilegios y aceptar que como Nación tenemos una
deuda histórica que solo se podrá saldar en un entorno de respeto por el otro y
de reconocimiento por nuestras diferencias. www.urielescobar.com.co
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