La información que el ser humano
recibe y que luego se transforma en conocimiento proviene de diferentes fuentes
sensoperceptivas y depende, en primera instancia, de los sentidos a través de
los cuales la persona se conecta con el mundo exterior e interactúa con su
propio mundo. Esta forma de construir conocimiento no sería posible, por supuesto,
si no se contara con la prodigiosa capacidad que ha desarrollado el cerebro a
lo largo de la evolución para procesar a cada instante toda la información que
va llegando. La historia de la civilización ha sido testigo de cómo, en la
medida en que se han encontrado explicaciones desde el punto de vista de la
ciencia para muchos fenómenos inexplicables, el péndulo ha girado hacia
priorizar únicamente lo que puede explicarse desde la óptica de lo racional;
mientras que la información proveniente de experiencias subjetivas del ser -aquellas
que no pueden demostrarse con los mismos
parámetros de la constatación que usan otros investigadores- es soslayada y se
la considera como esotérica, pseudociencia y, en general, poco digna de ser
confiable para la comprensión del universo y del ser humano.
Sin embargo, son los mismos
avances de la ciencia, en especial de la mecánica cuántica (rama de la física
moderna que estudia las características, los comportamientos y las
interacciones de partículas a nivel atómico y subatómico), cuyos principios
fueron formulados en 1922 por el físico alemán Max Planck (1858-1947), los que
han removido los cimientos sobre los cuales se había afianzado la ciencia
tradicional. Asimismo, los descubrimientos de las neurociencias y de las
llamadas medicinas de la energía y de la conciencia han influido notablemente
en los enfoques para comprender los fenómenos naturales. Esto ha conducido a la
humanidad hacia un paradigma distinto que cada vez adquiere mayor importancia:
el reconocimiento de que para abordar cualquier fenómeno y, en especial del ser
humano, se requiere una mirada más integral u holística, en la cual la vivencia
y la emocionalidad humana adquieren un rol protagónico.
El diálogo entre la ciencia y la
espiritualidad no solo es necesario en el mundo actual, sino fundamental para
la comprensión integral del ser humano. Cada una de estas áreas aporta: la una
desde la investigación científica para
develar los mecanismos subyacentes al funcionamiento neurofisiológico y
neuroquímico del cuerpo en la salud y la enfermedad; y la otra, desde los
conocimientos que se adquieren mediante la autoindagación, a través de
instrumentos y prácticas del ser como la conciencia, la emocionalidad, la
búsqueda del sentido de la vida humana en su devenir y en la relación que se
establece como integrante del universo y de los misterios que esta conexión
conlleva, y que solo pueden ser explorados a través de la vivencia interior por
medio de la introspección que es posibilitada por la oración, la meditación y
muchos otros elementos que nos aporta la espiritualidad.
0 comentarios:
Publicar un comentario