El mito es definido como una
historia imaginaria que altera la realidad de una determinada situación y le
atribuye unas características que verdaderamente no tiene. Detrás del mito está
la idealización de circunstancias que al colectivo le gustaría que sucedieran.
Esto se presenta en un rango muy amplio de actividades en la cotidianidad del
individuo y de los grupos humanos constitutivos de una sociedad. En el caso de
la niñez y la adolescencia, se dice que son las etapas más felices –especialmente
la infancia– del ciclo vital. ¿Es así? ¿O más bien se trata de una de las
distorsiones mencionadas, que se hacen con respecto a estos períodos? Para
responder, quiero referirme a dos aspectos, que me sirven para analizar la
supuesta “edad de la felicidad”. Lo primero es lo que dan cuenta indicadores
objetivos sobre la situación de estos grupos etarios en el país. Recientemente,
la Procuraduría General de la Nación le solicitó al Instituto Colombiano de
Bienestar Familiar y al Departamento Administrativo de la Presidencia de la
República que tomaran medidas urgentes para disminuir el incremento de la
violencia en contra de niños, niñas y adolescentes.
En su último informe, la Procuraduría
dice que en 2022 se reportaron 25 585 lesiones no fatales contra los infantes:
13 879 por presunto abuso sexual; 5 572 por violencia interpersonal; y los
demás casos por violencia intrafamiliar. Quienes están padeciendo estos
vejámenes por supuesto que no están viviendo precisamente en una situación
paradisíaca o idílica, sino que están siendo sometidos al infierno de ser
maltratados por quienes supuestamente deberían brindarles toda la atención y el
amor que merecen los seres humanos en esta etapa clave en el desarrollo
psicoemocional. El llamado de la Procuraduría a los otros entes estatales es
porque estas cifras se han incrementado de manera dramática en los últimos
años. Por otra parte, el segundo aspecto que quiero mencionar es lo que nos
sucede a los terapeutas que acompañamos a personas adultas, quienes manifiestan
con mucho dolor que sus peores experiencias las vivieron siendo niños o
adolescentes, porque eran sometidos en el seno de su hogar a violencias de todo
tipo, en especial las de abuso sexual. La gran mayoría de estos casos no fueron
denunciados y permanecen en el anonimato de las estadísticas oficiales.
A lo anterior habría que agregar
la formación coercitiva predominante en la mayoría de los hogares colombianos, en
la cual la autoridad de los padres o de las figuras de identificación se impone
de manera dictatorial: los infantes no tienen ninguna posibilidad de dialogarla
u oponerse, porque cargan con las consecuencias de “este acto de rebeldía”. Entonces,
¡no! En definitiva, la niñez no es una etapa tan feliz en una sociedad que prioriza
los actos de imposición de quien ejerce el poder sobre el eslabón más débil de
la cadena, que, en este caso, son niños y niñas. Ellos, como consecuencia de lo
que han aprendido, desarrollan traumas e infelicidades que perpetúan dichos
abusos de poder en su descendencia. Una niñez feliz es la resultante de padres
y adultos con buen nivel de salud emocional. www.urielescobar.com.co
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