La sociedad se encuentra en crisis. Esta afirmación tiene como sustento
algunos indicadores que han presentado organismos internacionales sobre
fenómenos como la distribución de la riqueza, el hambre, las guerras, la
soledad del individuo y los mecanismos que este utiliza para evadirse de una
realidad que percibe como poco gratificante: conductas suicidas y
comportamientos adictivos, por solo mencionar algunos de ellos. El gran
desarrollo en todos los niveles que ha alcanzado el ser humano se supone que
debería estar al servicio del bienestar del colectivo. Sin embargo, es evidente
que hay una profunda incertidumbre que recorre a toda la sociedad, lo cual pone
en peligro su continuidad en el planeta. Según el último informe de la
Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la salud mental, alrededor de 450
millones de personas en el mundo sufren de trastornos mentales o neurológicos, una
de cada cuatro personas experimentará un problema de salud mental en algún
momento de su vida, 800 mil personas se suicidan cada año, alrededor de 269
millones consumen drogas. ¿Por qué hemos llegado a tener estos indicadores que
reflejan el grave deterioro de la calidad de vida de los individuos y las
sociedades?
Son muchos los factores, pero uno de gran relevancia ha sido la forma en
que se relacionan las personas entre sí; esta parece ser la causante de la gran
mayoría de los problemas que padece la civilización actual. El ser humano ha
olvidado aplicar en su vida principios y valores fundamentales que le permitan
no solo su bienestar personal, sino el colectivo. ¡El uno es imposible sin el
otro! Cuando se vive de manera egoísta, con el afán de alcanzar las metas
personales, aunque para ello se vulneren
los derechos de los demás; cuando se explota al otro, que se tratan de
saciar las ansías de poder y no se aceptan las diferencias, el resultado es
este que estamos observando. ¿Qué hacer entonces? Volver a lo esencial. Reconocernos
como lo que realmente somos: parte de una misma familia, la familia humana
global, en cuyas relaciones deberían predominar los valores de hermandad,
fraternidad, solidaridad, servicio y preocupación por el otro, que es mi
semejante.
Volver a lo esencial implica observar y aliarnos con los principios que
rigen la ley natural: respeto a la vida, a la libertad, la justicia, la
solidaridad y la búsqueda del bien común. El filósofo griego Aristóteles (384 –
322 a.C.) planteó que la ley natural es un fundamento universal, inmutable, intrínseco
y objetivo que rige el comportamiento humano, basado en la razón y la
naturaleza. El conocimiento y puesta en práctica de los cinco principios
mencionados permite establecer lo que es justo y equitativo en el actuar
humano. La filosofía estoica iniciada por Zenón de Citio (334 – 260 a.C.)
sostiene que hay una razón implícita en el funcionamiento del cosmos del cual
los humanos hacemos parte y no la podemos contravenir, porque finalmente nos
pasa cuenta de cobro, que en este caso es la disfunción, el caos, la guerra y
la autodestrucción, escenario que estamos viviendo: una civilización enfrentada
a una profunda crisis moral y ética. www.urielescobar.com.co
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