Los seres humanos son iguales en dignidad y
en derechos. El desarrollo de cualquier sociedad moderna no se puede seguir
midiendo por su PIB, que es el valor total de los bienes y servicios producidos
por un país durante un período determinado, ¡no! Lo fundamental debe ser la
garantía de condiciones de vida digna, el respeto de los derechos
fundamentales, la aceptación incondicional de la persona humana sin ningún tipo
de distinciones por sexo, etnia, situación económica o sistema de creencias.
Esta consideración, que en apariencia es fácil de comprender, ha sido ignorada
a lo largo de los años; se puede apreciar en los conflictos que han acompañado
a la humanidad, por ejemplo, en la Guerra del Peloponeso (431–404 a.C.), que
enfrentó a Atenas contra Esparta y sus aliados; y, más recientemente, en la
terrible conflagración que enfrentó a naciones poderosas como Alemania, Estados
Unidos, Italia, Japón, Reino Unido y la Unión Soviética entre los años 1939 y
1945, la llamada II Guerra Mundial, ¡que cobró la vida de entre 70 y 85
millones de personas! De hecho, uno de los episodios más horrorosos de este
conflicto fue el genocidio sistemático contra los judíos por parte del régimen
nazi. Entonces, como no hemos aprendido la lección, la seguimos repitiendo, y en
este momento asistimos con incredulidad a los enfrentamientos entre Rusia y
Ucrania e Israel, Palestina y otros países como Irán. Un elemento común de los
conflictos entre naciones es la no aceptación del otro, la estigmatización por
pertenecer a una religión distinta, por tener un credo político, en síntesis,
es la incapacidad para entender que los seres humanos son distintos y que es en
esa diversidad donde debe radicar el verdadero desarrollo de los individuos y
las comunidades.
La lucha por el respeto de la dignidad del
ser humano debe ser prioritaria en la agenda de cualquier negociación o diálogo
entre naciones, esto debe conllevar
–por supuesto– que los países adquieran el compromiso de respetar las
libertades religiosas, políticas, de etnia, de orientación sexual y de
reconocer la diversidad característica de cada individuo que conforma nuestra
especie. El estigma, que es la desaprobación social o discriminación hacia una
persona o grupo debido a ciertas características, comportamientos o condiciones
que son percibidos como diferentes o negativos, es uno de los mayores
obstáculos que debe superar la civilización actual si se pretende lograr un
verdadero desarrollo social.
Un llamado al reconocimiento, a la aceptación
y el respeto a la diferencia es el que está haciendo para los días 22 y 23 de
noviembre la Red Internacional para la Reducción del Estigma, en el marco de su
I Congreso Internacional para la Reducción el Estigma, cuyo eslogan es “El
respeto a la dignidad humana en el contexto actual: una mirada a los
principales desafíos”. Esa debe ser una de las preocupaciones de las
organizaciones sociales: luchar por la dignificación de la vida humana. www.urielescobar.com.co
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