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Tomado de El Colombiano / En su camino
a las urnas ese 9 de marzo de 2014, el campesino José
Gildardo Monsalve se encontró al Alacrán de frente y
supo que estaba en problemas. Frenó su mula en seco, tragó saliva y quiso
esquivar el lodazal que lo obligaba a pasar de lado para continuar su camino al
puesto de votación ubicado en Puerto Guzmán, un municipio cuya vida, como la de
muchos otros de Putumayo, se desenvuelve al lado del río Caquetá.
El Alacrán,
un guerrillero del frente 32 de las Farc, alto y negro, vestido de camuflado y
con una AK-47 intimidó tanto a José Gildardo que no tuvo otra opción que halar
las riendas, dar media vuelta y devolverse rezando mil padrenuestros para
librarse de ese y otros males de la trocha.
“No nos
dejaron votar, y cuando nos amenazaron me encomendé a Dios y arranqué para mi
finca. En el camino me encontré a otros paisanos que la guerrilla devolvió
igual que a mí”, recuerda el labriego.
Ese 9 de
marzo, las Farc ostentaron el poder que les daban las armas saboteando los
comicios con los que se eligió el nuevo Congreso de la República. En Puerto
Guzmán y Galileo (Putumayo) no permitieron la apertura de las mesas de
votación; en Briceño (Antioquia), atentaron contra una patrulla del Ejército
que cuidaba el territorio, y la Fuerza Pública desactivó varios artefactos
explosivos en Caquetá, Arauca y Antioquia, como informó para ese entonces la
subdirectora de la Policía, general Luz
Marina Bustos.
Han pasado
cuatro años desde que este grupo insurgente, ahora convertido en partido
político, obstruyó una jornada electoral. El panorama para estos comicios pinta
distinto, según la Defensoría del Pueblo y la Misión de Observación Electoral,
MOE, con una disminución del riesgo por violencia ante el silenciamiento de los
fusiles de las Farc en 199 municipios.
Además, como
lo expresa Adolfo León Maya Salazar, coordinador de la maestría en Gobierno y Ciencias Políticas de la
universidad Eafit, estas elecciones al Congreso no deben minimizarse, y debería
ser lo contrario porque “el Senado y la Cámara son aljibe de las leyes que
rigen y comprometen a los colombianos”.
Comicios sin armas de Farc
Cada vez que
José Gildardo va a ir a votar se levanta a las 5:30 a.m. Como todo campesino
descansa los domingos, pero así sea un día de elecciones, asiste a misa, toma
café en la plaza del pueblo y se dirige a las urnas. Su parcela queda a dos
horas del puesto de votación y se dirige a este por un camino en el que solo
caben las mulas.
En sus
periplos, el barro le impide a veces el paso y en su última jornada, el animal
en el que viajaba a vender el plátano cultivado en su terreno terminó hundido
en el fango, fracturándole las dos patas delanteras. Aún así insiste en que irá
a votar a pie, porque ya no habrá “Alacrán” en el camino que lo haga devolver.
“Ya no tengo
miedo. Los que no nos dejaban votar ya no están y eso nos permitirá elegir y
exigir”, cuenta José.
Por primera
vez en 50 años de conflicto armado, las Farc dejarán de intimidar a la
población civil y estarán en el tarjetón electoral como colectividad política.
Para la MOE, con la desmovilización de esta guerrilla desaparece una de las
mayores amenazas que habían tenido las elecciones en las últimas décadas.
“Posterior al
Proceso de Paz con las Farc, se ha evidenciado una disminución muy importante
en las acciones unilaterales y la presencia en el territorio de grupos armados
al margen de la ley comparado con años electorales anteriores”, dice la Moe.
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