Va haciendo carrera la tesis de
quienes piensan igual que el alcalde de Medellin ,Federico Gutiérrez. Él y
otros poquitos buscan de una y otra manera que todo recuerdo de
Pablo Escobar debe ser eliminado de la memoria de los antioqueños. Su criterio,
muy respetable aunque perversamente moralista, choca empero con dos elementos
fundamentales del antioqueño, la ambición y el orgullo por sus gentes. Fue
precisamente por el desarrollo de la ambición, encajada en los parámetros
evolutivos de la sociedad colombiana, que los paisas se abrieron campo
colonizando media Colombia y llevando su semilla de comerciantes, negociantes y
trabajadores por la otra media nación.Y si algo ha distinguido al
antioqueño frente al resto de tibios colombianos es la defensa solidaria
de su prestigio, de sus líderes y de sus batallas por avanzar hasta volver orgullosos
de su ancestro a generación tras generación. Muchas veces esa estirpe paisa ha
logrado camuflar cuando no ocultar los errores que como humanos algunas de sus
gentes pueden haber cometido.
Con el caso de Pablo Escobar ha sido
una combinación de todos esos factores, pero en el sentido inverso de la
manecillas del reloj. La gloria y el recuerdo de Pablo lo tuvieron primero
afuera ( donde hay una gigantesca diáspora antioqueña) y fue allá donde lo
mitificaron a los extremos a donde lo han llevado Netflix y Hollywood.
Ese reconocimiento al capo de capos los conduce a comparar y superar la figura
de Alcapone, quien tenía el mayor prestigio en el oficio.
El alcalde Federico,
argumentando lo mucho que sufrió Medellin, se opone a este reconocimiento y
ordenando que a fin de mes tumben el Edificio Mónaco y buscando que arranquen
la avioneta de la Hacienda Nápoles y no permitiendo el funcionamiento del
museo ni la leyenda turística, consigue tapar el sol con las manos. ¿Se
lo perdonará la historia o se quemará las manos?
0 comentarios:
Publicar un comentario