Una
persona piensa y actúa de acuerdo a las experiencias que ha ido acumulando a lo
largo de su vida. Ahora bien, estas experiencias son el resultado de los
aprendizajes y de la capacidad individual para evocarlas; en este caso, se
puede afirmar que existen unas funciones específicas del humano de las cuales
él es consciente, que le permiten relacionarse consigo mismo y con los demás. En
el Evangelio según San Mateo (7,15-20), Jesús les dijo a sus discípulos:
“Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro
son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis”. Los investigadores del
comportamiento humano toman la última frase, atribuida a Jesús, como un
elemento primordial para estudiar los rasgos de la personalidad característicos
o dominantes de un sujeto, que permiten entender su actuar tanto en la salud
como en la enfermedad. Dichos rasgos, así como la intensidad de las relaciones
afectivas, la estabilidad educativa o laboral permiten comprender mejor al
individuo y predecir algunos factores de riesgo o trastornos que pueda tener en
el futuro. ¿Cuál es el papel que juegan los recuerdos en este contexto?
Para entenderlo
mejor se deben tener en cuenta dos propiedades fundamentales, sin las cuales no
son posibles los recuerdos: el aprendizaje y la memoria. Ambas son funciones
cognitivas básicas para que una persona se adapte a un entorno psicosocial y en
él construya su propia historia como una forma única de ser. Cabe destacar que
el aprendizaje se puede considerar como un proceso dinámico a través del cual
se adquieren conocimientos, habilidades, valores y actitudes utilizando como
medio fundamental la imitación; mientras que la memoria se encarga de
codificarlo, almacenarlo, consolidarlo y recuperarlo para que pueda utilizarlo
en los mecanismos adaptativos al entorno en que se desenvuelve el sujeto. La memoria implica, según las neurociencias, el
buen funcionamiento de estructuras cerebrales como la corteza frontal cerebral,
el hipocampo y la amígdala. Por su parte, el recuerdo es una de las funciones
básicas de la memoria, ligado a una determinada emoción; ello hace que la
intensidad de la experiencia vivida sea negativa, positiva, con distintas
gradaciones.
El
destino de los recuerdos es permanecer en un espacio de la mente, la mayoría de
las veces de manera imperceptible, hasta que cierta vivencia del sujeto los
estimula y hace que emerjan. Algunos son dolorosos y llegan para recordarle a
la parte consciente de la mente que tiene cuentas pendientes que no ha podido saldar
adecuadamente, como sucede de manera dramática en el trastorno de estrés
postraumático. También aparecen los que rememoran experiencias de alegría, gozo
y amor. Todos ellos, independiente de su presentación e intensidad, muestran
los caminos transitados por el ser en su existencia y deben acogerse con
gratitud por ser parte de su esencia. www.urielescobar.com.co
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