“El individuo humano es un ser único e irrepetible”. Esta frase pronunciada
con relativa frecuencia hace alusión a que en el planeta no existen dos seres
que sean exactamente iguales en su forma de pensar; y por esta razón, también
hemos escuchado el adagio “cada cabeza es un mundo”. El reconocido filósofo
español José Ortega y Gasset (1883 – 1955), en una de sus obras principales, Meditaciones del Quijote (1914), propuso
una afirmación que no solo se ha convertido en eje central de su filosofía,
sino que ha sido retomada por pensadores e investigadores del comportamiento
humano: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo
yo”. Esta declaración no es novedosa en su concepción central: enfatiza la
importancia de las experiencias personales por la constante interacción con el
entorno, como la fuente a través de la cual se estructura el mundo personal;
también resalta cómo esta construcción es lo que permite comprender la
complejidad de un ser humano, y mucho más allá de esto, de qué manera el mismo medio
le entrega elementos para cambiar este relacionamiento, pero siempre partiendo
desde el interior del ser.
Mahatma Gandhi (1869 – 1948), líder espiritual indio, además de político
y apóstol de la ahimsa (no violencia
hacia la vida), parafraseando al Buda aseveró en una de sus intervenciones “si
quieres cambiar el mundo, empieza por cambiar tú primero”, para hacer
referencia a un tema que es central y del cual se han derivado algunas escuelas
psicológicas que buscan ayudar a la persona que padece tribulaciones
psicológicas y emocionales para que las pueda comprender y superar. El
fundamento de este testimonio se basa en el siguiente principio: el entorno en
el que vive una persona funciona de acuerdo a unas características que no se
pueden adaptar para complacerla a ella; por el contrario, es la persona quien
debe movilizar una serie de mecanismos internos (su propio mundo) para
adaptarse. El escritor ruso León Tolstói (1828 – 1910) expresó este concepto de
una manera muy contundente: “Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie
piensa en cambiarse a sí mismo”. De lo expuesto hasta ahora, se puede inferir,
entonces, que el individuo tiene la libertad para construir su propio mundo y moverse
serenamente en él, como lo plantea la filosofía estoica, y también puede
colaborar a través de sus actos para tener un mundo compartido mucho más
amable.
La madre Teresa de Calcuta (1910 – 1997) lo dijo de manera magistral en
los siguientes términos: “Yo solo no puedo cambiar el mundo, pero puedo lanzar
una piedra a través de las aguas para crear muchas ondas”. El mundo es una
construcción personal, y cada individuo tiene la responsabilidad de cambiarlo para
sentirse menos afligido en él, pero también puede contribuir con sus acciones
para que el mundo que integra sea un lugar más amable para todos los que
comparten la bella experiencia de estar vivos. Y si más personas se unen a esta
misma forma de ver la realidad, entre todos podremos construir un mundo más
empático, fraterno y donde haya un propósito supremo: luchar por el bienestar
de todos los habitantes del planeta Tierra. www.urielescobar.com.co
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