A lo largo de la historia, la civilización se
ha enfrentado a múltiples retos, que dependen en gran medida de las
características del desarrollo social, de los avances tecnológicos, de eventos
imprevisibles como los desastres naturales (tsunamis, terremotos, sequías) y
también de los provocados por el ser humano (como la destrucción de
ecosistemas, los enfrentamientos al interior de los países y las guerras entre
naciones). Actualmente, hay fenómenos muy particulares que tienen que ver con
el desarrollo exponencial de la tecnología. Por ejemplo, en el caso de las
redes sociales, estas nos acercan a lo que está sucediendo en infinidad de
lugares del mundo; pero, a la par de esta cercanía virtual, se da un
alejamiento afectivo de miles de seres anónimos que en la soledad de sus
sentimientos buscan compensar algo que solo pueden obtener de alguien que les
sonría, los mire a los ojos y de sus labios brote un te quiero. Ahora bien, en
medio de estas incongruencias que nos brinda el mundo actual (la
hiperconectividad y la desconexión emocional), hace pocos días recibí un
mensaje de Esteban. Decía sentirse en una terrible y dolorosa angustia, y
recurría a mí porque había leído algunos de mis escritos sobre el suicidio en
jóvenes (personas que, según la ONU, oscilan entre 15 y 24 años). Los puntos
esenciales de su carta son los siguientes.
“Tengo 50 años, soy padre de un adolescente
que ha tenido dos intentos de suicidio, y a pesar de estar en tratamiento,
persiste en su idea. Él dice sentirse muy triste, con un vacío emocional que
atribuye a que padeció desamor en su infancia. Cuando trato de ayudarlo para
que salga de ese estado, me dice de manera despectiva: ‘¿Y cuál es el interés
que usted tiene en que yo viva? No me vigile, déjeme morir y de esa manera
descansamos los dos. No le encuentro ningún sentido a estar en este mundo’”. Al
respecto, Esteban me preguntaba qué debía hacer, cómo le podía ayudar a su
hijo; me pedía que le diera consejos o que le recomendara material de lectura para
motivar a su hijo a encontrarle un sentido y un disfrute a su joven existencia.
Lo que he observado en la práctica clínica, en especial en los últimos diez
años, es que este tipo de consulta se ha tornado cada vez más frecuente en el
mundo, y también en nuestro país. Los indicadores epidemiológicos que
organismos multilaterales como la Organización Mundial de la Salud muestran una
mayor tasa de suicidio en los jóvenes.
Un aspecto para considerar es que el suicido
es prevenible a través de estrategias que van desde la intervención que se
puede hacer al interior de la familia y de las instituciones educativas, hasta
la activación de las rutas que tienen dispuestas las redes de atención
coordinadas por las secretarías de salud municipales. Lo primero que debe hacer
Esteban es permitirle a su hijo que exprese sus sentimientos, escucharlo con
atención, no juzgarlo, asegurarle que lo ama, que los problemas que tiene en
este momento los puede superar y que él está dispuesto a acompañarlo en ese
trance tan complejo que está viviendo. Y la ayuda profesional en este caso es
fundamental para mejorar la calidad de vida de su hijo. www.urielescobar.com.co
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