Cuando
Ricardo asistió por primera vez a consulta con el psiquiatra, no entendía por
qué los especialistas que lo habían examinado previamente lo habían remitido a dicho
profesional; para él era claro que tenía una afección física y no psicológica.
¿Cómo se podía “inventar” –le preguntaba al terapeuta– las taquicardias, la
sudoración, el dolor en el pecho y el desarreglo intestinal? Ricardo tiene 55
años y hasta hace seis meses llevaba una vida tranquila junto a su familia;
pero por amenazas de tipo extorsivo, las autoridades le recomendaron que se
viniera a vivir a Pereira de manera temporal.
Un mes
después de haberse instalado en su nuevo hogar, empezaron los síntomas; se le
realizaron todos los estudios requeridos pero no se encontró ningún daño o disfunción orgánica que los
explicara. Para él fue difícil entender la razón de la consulta en Psiquiatría porque
siempre se ha considerado a sí mismo como “alguien muy cuerdo”. Después de
algunas sesiones, tras las cuales experimentó una mejoría significativa, se
atrevió a preguntar: “¿Por qué se me quitaron esas sensaciones tan
desagradables con solo contarle parte de mi vida? ¿De verdad yo me estaba
inventando todo esto?”. Sin embargo, hay que resaltar que los síntomas de
Ricardo son tan reales como los de cualquier enfermedad física.
El
origen de su enfermedad está en algo que ha sido demostrado de manera
fehaciente por la investigación científica actual: los humanos somos seres
holísticos o integrales; lo que pasa en el cuerpo pasa en la mente y lo que
pasa en la mente pasa en el cuerpo. El dualismo sustancial o cartesiano que
planteaba que “el cuerpo y la mente son entidades distintas, cuyos
comportamientos son fundamentalmente diversos”, debe ser superado. La angustia
que estaba viviendo Ricardo al ser desarraigado de su hábitat no solo la
experimentaban la mente y el sentimiento, sino su propio cuerpo, porque el
cuerpo padece lo que experimenta el ser en su totalidad. La emoción puede enfermar
o puede ser fuente de sanación en el ser humano.
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