La civilización humana ha tenido un largo recorrido desde el
momento en que los primeros individuos decidieron vivir organizados en
comunidades. Esta estructura ha sido la principal responsable de la gran
expansión de esta especie animal: la ha llevado a poblar todos los rincones de
la Tierra. Dicho proceso ha ido acompañado de avances tecnológicos que, en
muchos aspectos, han logrado controlar por lo menos muchos de los fenómenos
naturales –sino todos– e impactado el curso natural del planeta. ¿Cuál ha sido
la clave para este vertiginoso crecimiento y desarrollo, durante la corta
estancia –si se compara con el tiempo total del Universo– de este grupo de
animales, que sin duda pone en riesgo los frágiles ecosistemas que habitan los
diferentes grupos de seres vivos?
Son muchos los factores que han contribuido; sin embargo, uno de
los más importantes ha sido la capacidad para realizar actividades colectivas
con el propósito de mejorar y facilitar las condiciones de vida no solo del
individuo, sino de la comunidad en general. La forma de relacionarse y de ser
solidario con el semejante ha sido uno de los enigmas que más han inquietado a
los estudiosos del comportamiento humano. La capacidad para comprender y
experimentar los sentimientos del otro y, de esa forma, ponerse en su lugar ha
sido denominado como empatía. Esta capacidad innata de los individuos de la
especie humana es lo que permite que las personas se ayuden unas a otras, que
trabajen colaborativamente y que se generen acciones altruistas, de servicio, y
sentimientos como el amor. ¿La empatía tiene algo que ver con el proceso
evolutivo o es el resultado de procesos sociales que se han ido aprendiendo a
lo largo del tiempo?
Los estudios e investigaciones de las neurociencias han tratado
de dilucidar esta cuestión, crucial para la comprensión de nuestra conducta.
Una de las grandes conclusiones, luego de muchas pruebas que se han apoyado en
toma de imágenes cerebrales mientras se experimenta la empatía, es que existen
unos sustratos anatómicos que se activan en ese momento. Las áreas cerebrales
implicadas son las cortezas prefrontal y temporal, la amígdala y otras
estructuras límbicas, como la ínsula y la corteza cingulada. La mente empática
tiene unos importantes correlatos biológicos que interactúan de manera dinámica
con muchas otras funciones complejas, lo que hace que el ser humano sea uno de los
más misteriosos y fascinantes seres de la creación cósmica.
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