Comprender la relación que existe entre la mente y el comportamiento de
una persona y la manera cómo se percibe a sí misma y al entorno es uno de los
retos más importantes que se han planteado investigadores en muchas disciplinas
de las ciencias formales (naturales, humanas o sociales) a lo largo de la historia
del desarrollo de la civilización. Un acto en apariencia tan sencillo como
sentarse frente a un ordenador y tratar de producir unas ideas para compartir
con otros seres humanos implica una serie compleja de mecanismos que permiten
que este propósito se convierta en una realidad. Se necesita, en general, que
el autor ejercite funciones como pensar, razonar, recordar, imaginar, sentir y,
como telón de fondo, la voluntad y el deseo de producir un material con un fin
egoísta como el reconocimiento social, o un fin algo más altruista como cumplir
una misión de servicio a los demás, o, también, una combinación de ambas,
teniendo en cuenta las complejidades psíquicas y motivacionales de cada
individuo. En el caso que menciono juega un papel fundamental una facultad que
el ser humano ha desarrollado a lo largo de un proceso evolutivo de unos 2.5
millones de años, con el surgimiento de la especie denominada Homo habilis, que
comenzó a utilizar herramientas que le permitieron no solo mejorar las
condiciones de supervivencia, sino ampliar sus posibilidades de transformar el
entorno: la mente.
La mente es un concepto que implica, como mencioné anteriormente, una
serie de mecanismos, como la cognición (atención, percepción, memoria,
pensamiento, lenguaje), la emoción, la conciencia, la voluntad, la imaginación
y la creatividad. El avance acelerado que en los últimos años ha tenido la
investigación científica, en especial las neurociencias, ha permitido conocer
que existe una base neurobiológica y neuroquímica que permite el funcionamiento
de los procesos mentales. De manera general se ha encontrado que los lóbulos
cerebrales tienen un mayor protagonismo en ciertas funciones, por ejemplo, el
lóbulo frontal, en la atención, el lenguaje, el autocontrol, el pensamiento
abstracto; el parietal, en la orientación, el cálculo y el lenguaje simbólico;
y el temporal, en el gusto, el olfato, la memoria y la comprensión del
lenguaje. Conocer sobre la estrecha relación entre el cerebro y la mente ha
permitido una mejor comprensión de comportamientos individuales y colectivos
que antaño se encontraban en el oscuro dilema de las suposiciones y muchas
veces de prejuicios.
Un hallazgo científico relativamente reciente ha permitido aportar un
entendimiento aún mayor acerca de esta fascinante interacción cerebro-mente: la
plasticidad cerebral. ¿A qué se refiere este concepto? A la capacidad que tiene
el cerebro para adaptarse y cambiar a lo largo de la vida, dependiendo del
aprendizaje y de la exposición a diferentes estímulos que pueden ser
controlados por el propio sujeto. Se puede afirmar, entonces, que la persona
puede influir en el deterioro o en la mejoría de la salud de su cerebro a
través de acciones específicas. ¡Fascinante el campo de posibilidades que
pueden ser utilizadas para mantener un cerebro y una mente saludables y al
servicio de los más nobles ideales personales y colectivos! www.urielescobar.com.co
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