El individuo humano en la
civilización actual tiene que superar grandes retos para alcanzar lo que se
podría considerar un ideal de vida: tener la tranquilidad para disfrutar
momentos claves de su existencia y evitar lo que le produzca dolor o
sufrimiento. Esta no es una tarea fácil para cualquier observador que analice objetivamente
cómo se relacionan los sujetos y las
naciones entre sí. Los conflictos de elevada intensidad recorren muchos países
y se manifiestan con enfrentamientos, pugnacidades y guerras internas, que tejen
un manto de dolor, muerte, desplazamiento y sufrimiento. Es lo que está
sucediendo actualmente en Siria, Afganistán, Yemen, Somalia y Libia, por solo
mencionar los que encabezan el listado de muchos otros países que están
viviendo la misma dolorosa situación. ¡Estas confrontaciones provocaron en el
año 2023 la cifra de 68.3 millones de desplazados! Y ni qué decir de la terrible tragedia que
están padeciendo los habitantes de Ucrania, Rusia, Israel y Palestina. Dos
preguntas obvias con el nivel de desarrollo tecnológico que hemos alcanzado
como civilización serían: ¿por qué nos estamos matando? y ¿por qué
nos seguimos odiando unos a otros?
El mensaje que Jesús trajo al mundo, asimismo seres
excepcionales como Buda, Gandhi, la madre Teresa de Calcuta, fue el de la
fraternidad, la solidaridad, el servicio; en síntesis, el de reconocernos como
individuos que pertenecen a una especie igual, que tiene un destino en común. El
futuro que nos han señalado solo lo podremos alcanzar en la medida en que
entendamos que no estamos separados por países o por credos políticos, sino que
somos parte de un todo, de una misma esencia. En este momento coyuntural tan
complejo, la posibilidad de la salvación colectiva o la extinción como especie
está en las manos de todos los integrantes de la aldea global humana. La
temporada en la que se conmemora el nacimiento de Jesús y el cambio de año es una ocasión precisa que nos debería
invitar a reflexionar sobre estos aspectos trascendentales. Veamos el mensaje
de uno de los personajes que menciono en líneas anteriores: Jesús de Nazaret.
Según la Biblia, en el Nuevo Testamento, aceptado por los que
profesan la fe cristiana, Jesús es un ser histórico que nació en el año cinco
de nuestra era en Belén de Judea, una provincia que pertenecía al imperio
romano. Su vida fue una preparación para empezar a trasmitir un mensaje a
partir de sus 30 años, cuando fue ungido a través de Juan el Bautista en las
aguas del río Jordán. En ese instante, el Espíritu Santo descendió sobre él en
forma de paloma y se oyó la conocida frase pronunciada por Dios: “Tú eres mi
hijo amado, en ti me complazco”. Transformado en Cristo (el ungido o mesías
prometido), inició su ministerio público predicando el evangelio del reino de
Dios, enseñando sobre el amor, la compasión, la humildad, la justicia y la
misericordia. Cristo no va a volver físicamente porque ya se encuentra en el corazón de cada
uno de nosotros a través de sus enseñanzas; en esta época tan especial, permite
que Cristo nazca en ti.
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