El cerro Medellín, que separa el vértigo urbano de la comuna 8 de la bruma del corregimiento Santa Elena, amaneció distinto ese día. El viento olía a tierra abierta, los árboles viejos crujían como si susurraran algo y, desde muy temprano, comenzaron a llegar ellos: los nuevos sembradores. Eran cerca de las ocho de la mañana y, aunque se esperaban 300 personas, más de 400 se abrieron paso entre senderos polvorientos con mochilas al hombro, sombreros de ala ancha, guantes gruesos, botas y algo más: un propósito.
Medellín conmemoró haber sembrado su árbol número 100 000 en apenas año y
medio. No era solo una cifra, era una respuesta verde y viva frente al daño
histórico y a los incendios. La Alcaldía de Medellín, en medio de un plan
ambicioso de reverdecer la ciudad, escogió El Bosque de los Héroes, en el cerro
Medellín, para conmemorar el Día Nacional de la Vida Silvestre. Pero la ciudad
respondió con más de lo esperado: durante cuatro horas inolvidables, lo que se
vivió allí fue algo más que una reforestación, fue un acto de amor colectivo.
La siembra
Samuel Arteaga, de apenas ocho años, fue uno de los protagonistas. Llegó
con su mamá, cargado de energía y sin miedo al barro. Mientras muchos sembraban
uno, dos o cinco árboles, él sembró veinticinco. “Me gusta sembrar
árboles, flores, también cortar el pasto”, decía con una seriedad que
desarmaba. No solo sembró, también recogió la basura con su mamá, clasificó
residuos y se fue con la tarea de enseñarles a sus amigos del colegio lo que
aprendió: no botar dulces al suelo, usar bien las canecas y cuidar lo sembrado.
Su propósito era claro “para que este lugar se vea mejor”.

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