Ahora que han nombrado un colombiano,
javeriano, ministro de educación del régimen ultrasónico de Bolsonaro, he
pensado en cuanto podría sufrir donde estuviera viva Clarice Linspector, la
gran escritora brasilera a quien el paso de los años ha ido consagrando como el
ícono literario de su país, viendo el espectáculo de adoctrinamiento al que
someterán a los estudiantes del Brasil.Que vértigo la atraparía a ella
que solo era libertad y búsqueda de las puertas desconocidas.
En 1974, en uno de los tantos actos
de atrevimiento que he tenido en mi vida, invité a Cali a la Universidad del
Valle,a Clarice Linspector.Pidió que la acompañaran Ligia Fagundes
Telles y el uruguayo Antonio Di Bennedetto y desde cuando los recibí, una
madrugada en el aeropuerto, y le vi su cara de bruja radiante supe que iba a
opacar a los otros invitados que había traído para el Congreso de Literatura
Hispanoamericana, como a Vargas Llosa o a don AgustínYañes, el ministro de
educación mexicano,autor de la inolvidable novela “ Al Filo del Agua” .Ya
Clarice vivía en trance pero cuando abría su boca solo decía genialidades, las
mismas que ahora han rescatado brasileros, mexicanos y argentinos arrepentidos
de solo haber visto las formas de comportamiento de esa judía ucraniana que
desde los tres meses de nacida ya vivía en su Brasil del alma.
Cuando estuvo en Cali hizo el
show.Tuve que rescatarla de la Iglesia de San Francisco,donde estaba fumando
marihuana.De un bar de mala muerte de San Nicolás me ayudó a liberarla el
Octavio Paz caleño y después a pagar en el hotel todos los espejos
de la habitación que en uno de sus ataques demoníacos quebró.Recordarla y
volverla a leer nos hace sentir la eternidad de un país que se
acerca enloquecido a otro piso del infierno que Dante describiera en su
Divina Comedia.
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