Cuando un individuo expresa actos de bondad hacia su semejante está contribuyendo de manera significativa al establecimiento de relaciones humanas fraternas, de aceptación en la diversidad y de compasión. Cuantas más personas de una sociedad sean conscientes de la importancia que tiene este actuar, más repercusiones positivas habrá en el colectivo. Se puede afirmar de una manera general que el desarrollo de la civilización humana debe tener como propósito central mejorar la calidad de vida de cada uno de los seres que conforman la comunidad global; es decir que este indicador (el de calidad de vida) debe ser el más importante para determinar el grado de desarrollo de un país. Porque, ¿de qué sirve la riqueza material, si esta no está al servicio del bienestar de las personas? ¿De qué sirve que sea una nación con grandes cantidades de recursos naturales y económicos si estos se encuentran distribuidos de manera inequitativa?
¿Por qué la desigualdad? ¿Por qué la
violencia? ¿Por qué un ser humano pretende enriquecerse a expensas de la
explotación de su semejante? Estas son preguntas que han concitado la atención
de filósofos, políticos e investigadores del comportamiento humano a lo largo
de la historia. Uno de ellos, Jean-Jacques Rousseau, consideró en el Discurso
sobre el origen de la desigualdad entre
los hombres (1755) y en el Contrato social (1762) que el ser humano
es bueno por naturaleza y se corrompe en su interacción con los otros seres
humanos en la sociedad. Decía textualmente: “El hombre es un ser naturalmente bueno,
amante de la justicia y del orden; que no hay de ningún modo nada de perversidad original en el corazón humano, y
que los primeros movimientos de la naturaleza son siempre
rectos”. Este planteamiento ha tenido profundas repercusiones en diferentes
sistemas o concepciones políticas.
Cuando se analiza el proceso evolutivo de
la especie humana, una de las características fundamentales es la lucha que ha
tenido que librar contra fenómenos naturales y contra otras
especies animales para lograr la subsistencia. Asimismo, la característica principal de un niño es luchar a través de sus instintos para poder
sobrevivir (alimentarse, defenderse, morder, agredir cuando se siente
amenazado). El infante bondadoso de Rousseau
es una concepción romántica, pero que para nada se ajusta a la realidad de la
existencia. El corazón humano viene dotado de fuerzas pulsionales y agresivas
para poder subsistir. La pregunta sería en qué
momento sus actos agresivos naturales se tornan en actos de bondad. A través del desarrollo de la conciencia; ese es el gran salto evolutivo que debe dar el individuo
para su auténtica humanización. . www.urielescobar.com.co
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