Las primeras experiencias que tiene una persona, manifestadas a través de la emoción, el pensamiento o la acción, quedan grabadas en su memoria y ahí permanecerán a lo largo de su vida, constituyendo así un aspecto fundamental que los estudiosos del comportamiento llaman rasgos o estructuras de la personalidad. Cada individuo las elabora de acuerdo con la información genética que recibe y la interacción que establece con el entorno, llámese personas, animales o espacios físicos. Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, decía que las experiencias que una persona tiene en sus primeros cinco años de vida son claves para determinar su futuro, pues condicionan la forma de pensar, reaccionar y de relacionarse con el mundo. En el mismo sentido, Konrad Lorenz, uno de los creadores de la etología, que es el estudio comparado de las conductas animales, utilizó el concepto de impronta para hacer referencia a que los primeros contactos que un ser vivo establece definen la manera de relacionarse con su especie.
¿Qué sucede con aquellas personas
desplazadas violentamente de los territorios que han habitado desde su
nacimiento, donde cuyos antecesores han construido su cultura y sus querencias?
Los estudios en zonas sometidas a conflictos como las guerras han demostrado,
de manera fehaciente, que las personas quedan con profundas secuelas
psicológicas y emocionales, que desembocan en trastornos mentales como la depresión,
la ansiedad, los trastornos postraumáticos o en enfermedades más graves como
las psicosis, las adicciones o los trastornos severos de personalidad. Hace
algunos días veía la entrevista que le hacían a un niño ucraniano de siete años
desplazado por el conflicto bélico; cuando se le preguntaba sobre qué le
gustaría, con gran tristeza y con la inocencia de sus años, respondía: “Volver
a mi pueblo y a mi casa para jugar con mis dos perros”. ¡Una verdadera tragedia
humanitaria! Y mucho más, cuando se lee el informe de la Organización de
Naciones Unidas (ONU), en cuyo boletín del 24 de marzo del 2022 consigna que, a
un mes de haberse declarado la guerra, han sido desplazados 4,3 millones de
niños y niñas, más de la mitad de los 7,5 millones que se calcula habitan este
país.
Imagine usted, amable lector, cuál
puede ser el destino psicológico y emocional de estos millones de seres humanos
que recién están empezando a vivir y se encuentran de manera abrupta con la
despiadada insensibilidad y crueldad de aquellos que les niegan lo más elemental
a lo que puede aspirar un ser humano: una infancia protegida, centrada en
valores como la educación, la paz y el amor, para luego tener una vida adulta
equilibrada, física, mental, emocional y espiritualmente. Cuándo entenderemos
que el mayor valor de la existencia es la preservación de la vida en
condiciones de dignidad y protección de los derechos fundamentales que todos
tenemos por el simple hecho de haber nacido perteneciendo a la especie humana. www.urielescobar.com.co
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